Alguien que ha estado muy de cerca de mis folletines
radiales me ha dicho que escribo usando arcaísmos, pero que me quedan muy bien.
Estoy seguro que es así, como estoy más que seguro que arcaísmos o no, no soy
una persona que escriba como un hombre del siglo XXI ni mucho menos, porque mi
vida se detuvo en un momento que no puedo recordar y empecé a vivir desde atrás
y a, sin percatarme, hacer las cosas como mi madre o mi padre o mi abuela
materna, y me sumí a repasar hasta recetas de cocina y dulces caseros, que son
sabe Dios de cuándo. Por comodidad me adentré, radialmente, en los siglos XVIII
y XlX y me parece que, a veces, hablo como si fuera una persona de esos
tiempos. No me preocupa en absoluto, me prefiero a los que hacen textos
agonizadores, catalépticos, en un afán, inútil, de destacarse o innovar o
superar a otros que los antecedieron: la literatura universal está plagada de
ellos.
Yo no se qué soy. Hoy primero de Enero de 2018, no lo sé, con
70 años de vida, no lo se, y lo asombroso de mi situación, es que nadie me lo
puede decir porque me da la impresión de que las personas que me hacen críticas
nobles, me lo hacen por cariño, por conmiseración o algo así, el caso es que no
tengo remedio porque voy a seguir plantado en mis trece.
Dentro de pocos días, el 10 exactamente, se cumplirán 49
años que firmé mi contrato con la radio cubana. Fue a muy pocas horas después
de haber conocido a una de las personas que más he querido del mundo de las
letras: el santiaguero José Soler Puig, un extraordinario personaje y un ser
humano de mucho valor; un escritor cuya novela "El Pan Dormido" fue,
es y será un hito en la novelística cubana de todos los tiempos, algo que
interesa a muy pocas personas. A partir de entonces he sido hacedor de radio, o
sea, que he escrito para este medio durante cuarenta y ocho años , que ahora,
en este calvario en el que han convertido mi jubilación, no significan nada, me
están tratando como al peor de los seres humanos y por eso tengo derecho a
pensar que soy víctima del desprecio y la humillación que hemos padecido los
que tenemos una definición sexual diferente a lo largo de siglos. De nada valen
distinciones, premios o reconocimientos, de nada vale mi respeto a la labor que
he desempeñado y la petición de ayuda
que he hecho. Ahora, viejo, desvalido y enfermo, he podido llegar al 2018,
gracias a la ayuda de amigos que me aprecian en el exterior y a la caridad de
una organización religiosa. Sigo siendo la persona pisoteada que fui al inicio
de mi entrada al mundo de las letras y a la salida parece que será lo mismo.
Dios me perdone por pensar así, Dios perdone a los que me han dañado sin darse
cuenta, incluso sin saber quién soy.