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sábado, 18 de enero de 2014

La mañana



En la finca la Lucha el día comienza  a eso de las tres de la mañana. Al menos el despertador de mi tío suena a esa hora y mi tía comienza a trajinar para hacer el café que hay que tomarse antes de ir a ordeñar. Se van a esa hora a buscar el ganado, mi tío y Tí, un empleado que duerme en la casa, en el cuartico que está al lado de la cocina. Están ordeñando las casi cien vacas hasta las seis. A esa hora mi prima comienza a sacar ropa para hacer el lavado diario y mi tía viene por la cocina vieja, conmigo a su lado, a darle comida a las aves de corral que ya, por instinto, se han concentrado más allá de la talanquera que da en el pedazo de patio que queda entre la cocina de antes y el garaje. Mi tía lleva en una de sus manos con una jaba inmensa de yarey cargada de maíz desgranado y seco y apenas ella sale del lugar los animales se revuelven cloqueando y batiendo alas en un remolinar que aturde y alegra los sentidos. Mi tía comienza a echarles el maíz a puñados y ya puedes ver a un gallo negro con la cresta  roja, montando a unas de las gallinas que se afana picoteando como puede y donde puede aquel amasijo de guineos, pavos, guanajos y gallinas, que sin exagerar pasan mucho más allá del ciento. Cuando mi tía sacude la jaba dejando caer los últimos granos, los animales se dispersan por el potrero de atrás y por ahí se van a hacer sus nidos y a poner y si acaso, puedes encontrarlas por algún cacareo insistente, o al fin porque la gallina regresa oronda con un montón de pollitos recién salidos del cascarón apenas plumados.

Mi tía es una mujer bonita, se llama Mercedes. Mi tío se llama Enrique y mi prima, la hija de ambos, se llama Elia y es un grato recuerdo en mi memoria. A veces, la memoria es como un castigo porque puede despertarte cada cosas que mejor ni hablarlas. Pero ahora, en esta mañana mi tía me mira con una complicidad y me dice que qué hacemos de almuerzo, que que yo creo de un arroz con guineo y yo a que sí y los animales están pelándose en el fogón de atrás después de haberlos sumergido en agua hirviendo. Es un olor fuerte ese de la pluma hervida y no me gusta, pero este olor es desplazado por el que luego inundará la casa , un olor a comino tostado y los pequeños granos saltan en la sartén como endemoniados, mientras mi tía pica los tomates, el ají, macera los dientes de ajo y rodaja la cebolla y esparce sobre una tabla, montones de hojas de cilantro, y ahora mismo todo aquello junto con las postas de los dos guineos se sofríe en el caldero y hay un olor a regusto de mañana festiva mientras mi tía introduce en la ceniza caliente de los dos fogones, cuatro plátanos pintones para que se asen. Qué fiesta. A las once en punto, el almuerzo.

La mesa es muy grande, larga, como para doce comensales, pero hoy somos nada más que la gente de la casa, que, como se dice, somos mi tío a la cabecera, mi tía a un lado al lado de mi prima y al otro lado junto a Tí, el peón que según dice mi tío, mientras me guiña un ojo, es mejor pagarle el entierro que no el almuerzo, pero a Tí ni le va ni le viene y come con cuchara las inmensas lomas de arroz que granea por el aire y hay como alegría y como más hambre y mi tía pica fino  aguacate y platanitos manzanos y tostones y ensalada de pepinos y arroz, mucho arroz, para que nadie se quede con hambre y lo que quede, mi tía se lo manda a Agustina la lavandera por el aquello de que por la tarde no se come lo mismo que por la mañana. Ah, y siempre hay por si alguien llega de improviso y no se vaya a quedar sin almorzar, la criatura de Dios. Hoy hay manjares de postre y eso es la delicia de la santísima virgen del cobre, un dulce que hace palidecer a Tí que se relame de gusto nada más de ver y ya paladea la suavidad de la crema de maíz con leche y canela cocinada como debe ser.

La Lucha, la finca de mis tíos, el lugar de paraíso de todas las vacaciones de verano, un sitio donde no podía crecer un marabú ni por milagro y ahora, según me cuentan todo está cubierto por esa plaga que ha llenado la mayor parte del campo cubano. ¿Por qué no dejaron que mi tío siguiera cultivando en la estancia y ordeñando las vacas? ¿Por qué no permitir que la abundancia de la tierra terminara sobre la mesa de cualquier hombre o mujer que ganara su sustento de manera honrada? ¿Qué pasó con todo aquello, con aquel colorido en el paisaje y en la mesa, en los ojos y en el alma? ¿Qué se hicieron las mariposas que todos los veranos inundaban en jardín de mi tía con geranios rojos y amarillos y gladiolos y lirios del valle y hasta diez del día y unas florecitas que se llamaban nomeolvides...? Yo tengo un montón de nomeolvides de La Lucha, del jardín de la casa sembradas en mi corazón... Siempre estarán florecidas y hay olor a mariposas blancas, la flor de Cuba, esa que no falta en ningún jardín, algún día... ¿Se secará para siempre la flor que es símbolo de la patria...? ¿Será así? ¿No será así?

jueves, 2 de enero de 2014

Un escritor popular, pero...desconocido

Publicado en el periódico Trabajadores el 12 de julio de 2004


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