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domingo, 9 de noviembre de 2014

Crimen sin castigo


Para mi que el ruido producido por las teclas de la máquina de escribir al marcar el papel sobre el rodillo, las volvía locas y así fue cuando nos conocimos hace varias semanas. Una primero, más rápida que una flecha atravesó la cocina desde el viandero hacia el refrigerador, metiéndose bajo este y ahí al parecer, desapareció. La segunda fue saliendo de uno de los closets que están bajo la meseta de la cocina y justo yendo bajo el refrigerador. Todo esto lo hacían mientras yo escribía una escena cualquiera, por ejemplo: dos hermanas enfrentadas como perras en celo por un mismo tipo que es un sinverguenza de marca mayor. Otro día hicieron algo sorprendente que fue salir las dos a la vez pero como formando una pelotica de goma y lógico fueron a parar al mismo lugar. Llegué a creer que, bajo el refrigerador, había una colonia de guayabitas, que no son más que unas raticas muy pequeñas y jodedoras y que vivían allí encantadas de la vida al calor que produce el motor del frío. Me entró esa preocupación de que si las enfermedades, de que me enteré que alguien estaba en terapia intensiva con una leptospirosis en estado de coma, y decidí terminar de una vez y por todas con las pequeñas habitantes de mi cocina.

Busqué veneno, un granulado de color parecido al azafrán que, según dicen es lo más eficaz para acabar con ellas en menos de nada. Ellas acabaron con el veneno y quedaron tan frescas como si tal cosa. Me consiguieron otro veneno que consiste en una especie de arroz con cierto olor y sabor que a ellas, según me dijeron, les encanta, y sucedió que jugaban con el a mis espaldas trasladándolo de un lugar a otro, grano a grano como para hacer acopio y guardar el alimento hasta un invierno que nunca llega. El caso es que me tenían muy jodido con sus cabriolas y me juré que ellas o yo, y eso lo comenté con alguien que lo primero que me dijo fue que me buscara un gato, eso no me convenció porque no quiero más animales a mi alrededor y lo siguiente fue que tratara de conseguir una receta de indometacina, que eso las reventaba (sic) y me libraría de ellas para siempre. ¿Para siempre? pensé...Sí, afirmó quien me lo indicaba: para siempre, jamás las verás. Y lo hice. Pulvericé cuatro pastillas de indometacina y lasqueé un trozo de queso en finas telas untadas con el polvo del antinflamatorio y las coloqué en un plato. ¿Dónde? Debajo del refrigerador donde habían decidido esconderse siempre. Esa noche ni las tocaron. Al día siguiente ahí estaba el queso untado de indometacina como si nada. Completo y apetitoso para cualquier ratón. Pasó ese día y se me olvidaron las dichosas guayabitas y al tercer día miro el plato y todo el contenido había desaparecido, o sea, que decidieron comérselo o trasladarlo de lugar, cosa que me llevó a una pesquisa por la cocina totalmente infructuosa. Recordé entonces, así como quien no quiere las cosas que mi amigo Paul Auster, el escritor norteamericano, también escribía en la mesa de la cocina con su máquina Olympia del año de la bomba y que cuando infirió que las cintas de máquinas iban a desaparecer borradas del mapa por la pujanza de la tecnología, llegó a acaparar unas cuantas de ellas, y hay algo que me inquieta y es el hecho de que, posiblemente el sucumbiera a la civilización, y tenga por ahí por su casa alguna que otra cinta porque yo escribo con unas que son recicladas y teñidas por Mario, un señor muy amable que jura que soy el único de los que le compra cintas reentintadas que se queja de que a los pocos días ya no marcan sino con color gris apagado que convierte mi diario trajinar en mi Olympia en tormento visual.

¿Por qué hay que vivir así ¿Por qué hay que usar un medicamento que es para humanos para exterminar ratoncitos cuando los que debieran hacerlo son los supuestos venenos que, dicen, son destinados a eso? ¿Por qué todo se convierte en un verdadero desatino por la cosa más nimia como es escribir acompañado de las peripecias y revoloteos de unas pequeñas ratas? ¿Por qué nada es como tiene que ser? ¿Quien responde a este cuestionario tan banal?