.

.

domingo, 20 de octubre de 2013

viernes, 11 de octubre de 2013

Las tardes

a la memoria de tantos que se han ido...

Las tardes tenían un encanto especial en García Roco #61. Era el momento del domingo, del día que fuera en la casa de Agustina González y David Lago, padres de Lázaro David (Davicito), que tenían un hermoso tocadiscos Admiral en la saleta de su casa donde escuchábamos los discos que llegaban de manera incomprensible de Glendale o de Venezuela, el caso es que nos la pasábamos escuchando una música que no se ponía en las emisoras cubanas, y que nosotros disfrutábamos gracias a los familiares de alguno. La casa de David era hermosa y siempre nos concentrábamos alrededor del tocadiscos. Por lo regular nunca se abría la ventana a no ser que hubiese alguna fiesta, pero total, que todas las tardes lo eran y, a veces, circulaba el vino en unos vasos llenos y nos embriagábamos suavemente con las canciones y el tinto. Por aquello disfrutábamos de una rara sensación de clandestinos o de burladores de la ley, porque si bien no había ningún estatuto en la constitución que dijese que era prohibido escuchar aquel tipo de música, de manera tácita se sabía que no nos miraban bien por eso. En realidad cuando pienso en esta casa, en aquellas tardes, recuerdo a Agustina moviéndose como la dueña de la sazón, la reina de los aliños, la emperatriz de la cocina porque mientras los Beatles sonaban en el tocadiscos, Cat Stevens, el que fuera, ella preparaba unos sofritos cuyas emanaciones nos venían por oleadas y aquello se mezclaba con las ondas sonoras y era, realmente, una delicia.

Las tardes en García Roco #61 convertían a Camaguey y muy especialmente a La Vigía en un paraíso para todos porque eran tardes de esplendor, de brillos de fuegos de artificio en nuestras mentes juveniles donde casi todo era posible. Teníamos la certeza de que alguien estaba pendiente de aquellas reuniones y lo pudimos comprobar tiempo después cuando nos vimos involucrados en un asunto con la policía política, pero esto no viene al caso y por lo tanto es mejor hablar de otra cosa: Teníamos otra salida. También teníamos la radio y cuando no sonaba el tocadiscos con Simon and Garfunkel o Jethro Tull, nos la pasábamos entonces oyendo a dos emisoras enemigas o que nos decían, como todo lo que provenía de Estados Unidos, que era propaganda enemiga, a la WQBS y a la WQAM que se convertían en tablas de salvación a la que nos aferrábamos para estar al tanto del TOP musical. 

Pasaban años y meses y se iba acercando 1980, el año que cierra con broche de oro una parte de la historia nacional, que se destaca por la salida más que masiva por el puente del Mariel. Mis amigos, los más queridos, estaban preparando una maleta que tendrían que cargar vacía, sin equipaje alguno; la maleta de una vida rota, de una familia rota, rotos ellos mismos que abandonaron Cuba casi sin darse cuenta en precarias embarcaciones que, milagrosamente, no perecieron en la travesía. EL MARIEL, ese capítulo aparte de la existencia de nuestra nación y del que no se ha hablado lo suficiente e pesar de que han sucedido treinta y tres largos años. ¿Como pasó?¿Quien lo inició?¿Quien dio la orden de partida o quien convocó a los de Miami a llenar aquel puerto de todo tipo de embarcaciones en las que venían a recoger a sus familiares y que además en muchos casos fueron llenadas por presidiarios? ¿Cómo fue que salió una generación de cubanos que apenas cabía aquí y pienso que, en algunos casos, tampoco cabía allá y han quedado, como confesó mi mejor amigo, más que amigo un hermano, Carlos Victoria, que el "vivía en tierra de nadie" cuando nos encontramos después de 14 años? Eran los mios, mi gente, la que yo había elegido para transcurrir con ellos mi vida entera y se acabaron, eran parte de lo mejor de mi vida, ahora, muchos, no sé, pueden haber muerto, otros deambulan y viven en sitios como Nueva York, Madrid, Buenos Aires o Lima, pero la mayoría en Miami y ya pasan todos de los sesenta. ¿Qué hacen que llevan a Cuba mucho más que dentro del alma?¿Qué hablan, qué piensan de mi, que ya ni siquiera puedo sufrir porque ni vale la pena sufrir?








viernes, 4 de octubre de 2013

Tuya Esther (apasionante como la vida misma) (II)

Primera Parte aqui

Todo venía con paso seguro, pero algo me decía, esto no, que por aquí si pero por acá no, que no se ponen de acuerdo por esto o por lo otro hasta que al fin saltó como de una caja de resorte el payaso brillante con una idea más brillante aún: la programación establecida no se podía alterar porque había programas en la misma de una buena audiencia y ya eran horarios de costumbre, que lo único que se podía hacer era que los sábados (Esmeralda salía de lunes a viernes) se habilitara un espacio a las once de la mañana (el mismo horario de Radio Martí) y entonces podíamos hacer lo que queríamos que, parece ser, no era otra cosa que mantener a las personas oyendo radio toda la semana, menos el domingo, ocupadas en melodramas, uno de factura extranjera y en una emisora que había irrumpido como la gran enemiga y nosotros, en nuestra humilde emisora de provincias los sábados, o sea, que Esmeralda, apasionante como la vida misma, original de la más triunfadora de las autoras, estaba de lunes a viernes y nos dejaba el camino expedito para que los sábados ofreciéramos Tuya Esther con todas las de la ley, aunque tuvo una gran acogida, no se logró lo que se pensó al inicio que era desplazar la audiencia de Esmeralda a nuestra emisora, pero eso repito, no sucedió, y ahora al cabo de los años, me doy cuenta de que no hubiera sucedido nunca.

La llama de Esmeralda fue demasiado poderosa, a la gente no le interesaba otra cosa de la emisora recién estrenada, que no fuera a las once de la mañana, sintonizar, del modo que fuera a Radio Martí para encontrarse con el capítulo del día donde la protagonista haría de las suyas y por supuesto, sufriría más que el día anterior con su ceguera y todo lo que se le pueda ocurrir a alguien. Tuya Esther se quedó los sábados, resignada y sencilla como el mismo personaje, calmada como toda buena mujer y hasta feliz por haber logrado aquel amor que tanto anhelaba. Se quedó en eso, en la cenicienta de los sábados después que yo me hice la idea de que fuera la reina del baile radial.

¿Por qué no pudimos tener una buena confrontación a la misma hora las dos novelas y los mismos días de la semana? ¿Por qué la batalla fue desigual y aunque fructífera para mi no lo fue del todo porque más lo hubiera sido en una contienda con todas las de la ley? ¿Por qué?





jueves, 3 de octubre de 2013

Tuya Esther (apasionante como la vida misma) (I)


Para P. que tanto disfruta esta historia.

Tuya Esther es el título de una de las tantas novelas radiales que he escrito a lo largo de mi existencia, pero no es una más, sino que nace de una solicitud que se me hizo por parte de la dirección de la emisora (Radio Cadena Agramonte) y de uno de los tantos departamentos del Partido Provincial para enfrentar a una enemiga brutal: Esmeralda. Me dije que a una mujer hay que enfrentarla con otra mujer, y que por tanto mi novela tenía que tener un nombre femenino y el que me vino a la mente fue Esther; también me dije que no era cuestión de ponerle el nombre a solas sino que había la necesidad de otra palabra, incluso que tuviera una connotación sensual y se me ocurre el posesivo "tuya" o sea: te pertenezco, firmado Esther, simplemente. La historia no la recuerdo, pero sí muy claro lo que la motivó, lo que hizo despertar en mi el argumento de una de mis novelas más escuchadas y que aún hoy día, haya personas que la recuerden después de casi 30 años, justamente en el año 1985, año en que al gobierno norteamericano se le ocurrió comenzar con un programa radial de servicios para Cuba con el nombre de alguien tan socorrido, para todo el mundo, como el poeta José Martí Pérez y el mismo día de su salida al aire transmitiera el primer capítulo de una novela de la más triunfadora de las autoras, como rezaba la presentación: Delia Fiallo, una escritora que trabajó, según me dijeron, en Radio Progreso y creo que en la televisión en tiempos del capitalismo.

La cuestión es que Esmeralda, apasionante como la vida misma, se comenzó a oir desde su primer capítulo y logró un furor de audiencia solo comparable, si no fue más que el que despertó El Derecho de Nacer de Félix B. Caignet a finales de la década del cincuenta en el siglo veinte. Era algo muy curioso porque se hizo una especie de mitología con la novela, al punto que, se dice, los alumnos universitarios entraban a los turnos de clase con radios portátiles soviéticos para oir el capítulo del día y hasta en los hospitales, de eso fui testigo ocular y presencial con una novela posterior de esa misma emisora; La Pasión de Silvia Eugenia: las enfermeras se encerraban en los llamados cuarticos de enfermeras a escuchar de manera casi desfachatada la novela. Con Esmeralda sucedió un fenómeno sin precedentes y era que uno iba bajando por la calle San Isidro, por ejemplo, hasta Bembeta procediendo de la calle Cisneros y a todo lo largo del recorrido ibas oyendo el capítulo que se escuchaba en la mayoría de las casas. Así fue. Ni más ni menos. Por lo tanto entra entonces la situación que hay que combatir al enemigo con sus propias armas y se le ocurre a alguien hacer hacer una novela que saliera en el mismo horario y que fuera tanto o más tentadora que Esmeralda y fui escogido, bendito sea Dios, para enfrentar a la más triunfadora y yo estaba haciéndome agua los sesos para encontrar o inventar o lograr una historia enjundiosa y lo suficientemente atractiva con todos los ganchos posibles para despertar el interés en el oyente y ganarle, ahora sí, una verdadera batalla ideológica al imperialismo.

Hay cosas que no tienen ni pies ni cabeza y aunque yo andaba muy ufano con el hecho de que me hubieran escogido para tamaña hazaña, había una espina clavada en lo más profundo de mis entrañas, que me provocaba algo de dolor al respirar y era que sabía, viviendo en el país del disparate, que lo disparatado estaba por llegar; que sí, que estaba muy bien eso de enfrentar a la triunfadora, que era una maravilla luchar a brazo partido con Esmeralda ciega, con Marcos Malabé, con Juan Pablo y con la tal Dominga que armó todo ese enredillo, pero que algo tendría que salir, que como todo, una sombra volaría, empañaría mis mejores intenciones de combatir en buena lid al enemigo en el famoso campo de batalla de la competencia radial. De todos modos yo tenía que registrar en lo más profundo de mis ideas para batallar con las incalculables peripecias que protagonizaba Esmeralda y, cuando me entero de que fue algo de furor en su primera transmisión creo que en la radio venezolana, fue cuando me entró la furia por meterle mano a la guerra y salir airoso porque yo estaba, como todo vanidoso y pagado de si mismo, seguro de que iba a ripiar a golpe limpio a aquella enemiga solapada, taimada, que día a día a la misma hora se dedicaba a visitar a mis vecinos y más allegados amigos con la consabida historia de niños cambiados, ese llevado y traído de que este no es hijo de estos sino de estos otros y despertar la terrible sospecha de que, dos personas que se aman hasta el frenesí, puede que sean hijos del mismo padre: el incesto gravitando como una espada de palabras y enredos que van más allá de lo imaginable para que los oyentes digan:  ¡Ay, Dios mío, eso no puede ser!¿Como es posible que sean hermanos?¡Es horrible, ellos no lo saben! Pero de todos modos eso es el incesto, el peor de los pecados y allá te va con conjeturas, definiciones, conclusiones a priori y la triunfadora, y ya en este caso el triunfador que no es otro que yo, armando la historia de Tuya Esther que estaba plagada de tarros, metedura de patas, malas madres, hijos despreocupados, relaciones de negros y blancas y padres oponiéndose, pero el amor triunfando, y vete a ver que cantidad de disparates que tenían que parecer reales, al punto de que el éxito de la novela, me parece que radicaba en el triunfo de una mujer que por su amor sacrifica en vehemente deseo de su madre de irse a Estados Unidos, y se opone a la autora de sus días logrando quedarse en Cuba al lado de su hombre, el que llegó tarde a su vida, pero llegó al fin y a la postre.

continuará...





Agradecimientos