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domingo, 5 de mayo de 2013

La dolorosa historia de Catalina Rodríguez


A mi tía Cata

Durante años, Catalina Rodríguez Salcedo, hija de Blas, alférez del Ejército Libertador y nacida en mil novecientos tres, vivió sumida en un silencio más profundo, algo que, sin dudas, se podía tocar, que se podía palpar.

Este silencio comenzó en 1971 cuando su única hija y sus dos nietos abandonaron definitivamente el país en el mes de Abril. Su vida cambió por completo y solamente se oía espantar a las gallinas cuando venían hasta su cocina y que se criaban en el inmenso patio de la casa. Catalina vivía al lado nuestro y todo lo que hacía se sentía acá, del otro lado: toses en la madrugada, a veces comentarios en voz baja y hasta uno que otro suspiro que a mi se me antojaba que era de desesperación. Poco a poco fui ocupando el lugar más importante en su vida, contaba conmigo para todo y, a pesar de mi alcoholismo, siempre confió en mi y terminó por quererme casi como a su hija. Yo resolvía las pocas cosas que hubo que hacerle cuando ya decidió no salir más a la calle, entre ellas, cobrarle la lamentable pensión de asistencia social que constaba de unos 44 pesos mensuales que cualquiera que tenga un dedo de frente puede entender que esto no es dinero ni es nada en el país que sea. Su hija la ayudaba desde USA pero a partir de 1991, en el mes de agosto, lapidó la memoria hacia su madre y se puede decir que colocó la losa sobre su madre y esto sucedió cuando nuestro país comenzó a padecer de una rara epidemia económica sin precedentes que se ha dado en llamar, como a tantas otras cosas lamentables con el rimbombante nombre de Período Especial en Tiempos de Paz, algo que pasa de ser un mero significado de uno de los momentos más alocados de la nación y que aún en el 2013 no ha concluido del todo. 

En enero de 1997 Catalina tuvo la fractura de cadera que finalmente la llevaría a la muerte. Durante once meses padeció de una invalidez que hasta le prohibía llevarse la cuchara a la boca y yo tenía que darle la comida mientras hablábamos a gritos, ya que estaba casi sorda, pero la pasábamos tranquilo. Es cierto que yo apenas dormía pendiente de cuando me llamara para cualquier cosa, pero recuerdo ese tiempo como algo bueno y que aún yo no había perdido la fe en el Dios de mis mayores, lógicamente el Dios de Catalina, castigador e implacable en sus designios, al menos para con ella. Ahora me viene de pronto la imagen de mi tía, sentada en la silla de ruedas que mi madre usó por siete años, llorando desconsoladamente y diciéndome que "quería saber de los suyos", o de que trataba de buscar una palabra, una noticia, algo que acabara con aquellos seis años de silencio absoluto por parte de su hija. Carlos Victoria me dijo una de las veces que hablamos por teléfono, que no fueron pocas ya que me llamaba todos los meses desde Miami, que había personas que decidían olvidarse de los suyos de acá, lo cual no entendí, porque era como olvidarse de haber nacido de alguien, o vivir en un limbo familiar que para mi, que lo soy tanto, resulta totalmente incomprensible. No creo que nadie pueda olvidar a su madre, para bien o para mal tiene que recordarla de alguna manera, cosa que parece haber sucedido con la única hija de Catalina, que la sacó de su cabeza o de su corazón o de los dos lugares a la vez por una sencilla razón, porque mi tía era mestiza, así como suena, según mi padre la más atrasada de catorce hermanos, la que heredó la negritus de María Bencomo, la madre de mi abuela Eugenia y estoy seguro que esa fue la causa, porque lo que sí sé, es que ella, la hija de Catalina, Olga Juliana, la negaba desde niña, cuando estaba en la escuela de monjas, diciendo a las compañeras de aula que su madre era la sirvienta de la casa. Eso lo oí desde que nací. Pero no es motivo para silenciarse, esa no es la causa para borrar al ser más importante de la vida de otro ser; eso no puede convertir un sentimiento de agradecimiento por haberte criado en un desprecio devastador hacia una anciana de 94 años que clama por la presencia de una hija. Y lo hizo. ¿Por qué? ¿Porque su madre era mulata? ¿Porque su odio hacia mi era visceral? ¿Porque era homofóbica y yo representaba ante sus ojos a lo más despreciable de la naturaleza humana? ¿Por eso? ¿Por ser quizás más extremista o pertenecer a la ultraderecha de Miami o algo por el estilo? ¿Por borrar su vida en Cuba lo cual era imposible ya que había vivido treinta y cinco años en su país y sus hijos, hembra y varón, eran cubanos y por más aún camagueyanos? ¿Porque quería hacer borrón y cuenta nueva?,Para estas preguntas no hay respuestas, no las hay. Catalina murió el once de Noviembre de 1997 a las doce del día, tranquila, recibiendo la oración de una vecina que tenía sus manos entre las de ella mientras yo me negaba a que aquello pasara por mucho que, desde hacía rato, mi padre me lo venía diciendo. La habíamos pasado, aquella persona que se iba ya y yo muy mal...?

Habíamos atravesado algo triste, penoso, demasiado angustiado, como para que la dejara ir así, sin más y me quedara solo con mi padre...Era el noventaisiete del siglo XX, el Gran Siglo y la humanidad se revolvía entre atentados, crecimiento económico en muchos países y en otros no, pero Cuba, como siempre, distinguiéndose de las demás, viviendo un tiempo de escasez que no era más que un tiempo de miseria aguda donde hasta algunos se quitaron la vida por la desesperación de no tener ni un comino de esperanza: Cuba, la más bella, agonizando en su propio caldo, en su plataforma insular y una vez más sometida a sacrificios en aras de un futuro que había perdido hace mucho tiempo. Y nada más queda por hacer otra pregunta, una pregunta que mi tía Catalina Rodríguez se hubiera hecho o quizás se la hizo en los momentos, en los inmensos momentos de soledad a los que se vio sometida: ¿Qué es un Período Especial en Tiempos de Paz? ¿Qué carajo es eso?





jueves, 2 de mayo de 2013