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domingo, 30 de julio de 2017

Las hijas de Luz Vázquez


Su obra puesta en escena era el nombre del concurso convocado por Teatro Estudio, la entidad teatral más prestigiosa en los años 70. El premio consistía en el montaje de la obra y el pago del derecho de autor. Hacía unos meses había terminado una pieza: Las hijas de Luz Vázquez y la convocatoria me venía como anillo al dedo y, tenía la certeza de que, en ese momento no podía haber una obra mejor y por eso, el 4 de  Septiembre de 1978 me encontraba entregando en la recepción de la sala Hubert de Blanck un original y dos copias de la obra que, al ser premiada, algo de lo que estaba seguro, mi porvenir en la escena nacional estaba asegurado. Al dejar la obra en manos de una señora muy amable, creo que su nombre era Olga Abreu, me dijo que yo hacía el número 34 y quedé asombrado de que tantas personas escribieran teatro. El día anterior, domingo por cierto, al llegar al hotel llamé a Virgilio Piñera y me rogó que fuera para su casa. Yo llevaba una copia de la obra con la intención  de leersela como era mi costumbre y se negó, me dijo que el sabía mi calibre de escritor y hablamos de un problema que un amigo mío, poeta de altura, había tenido, cuatro meses atrás, con la policía política y fumando y tomando café pasó la tarde y salí sin su opinión sobre mi texto y tampoco le dije que se la había dedicado a José Soler Puig, persona que aún hoy, tiene en mi un  cariño infinito y al que considero el escritor de la novela más importante escrita en Cuba en mucho más de medio siglo.

Regresé a Camagüey a esperar el resultado. El jurado estuvo constituido por: Humberto Solás, Rine Leal y Mario Balmaseda, un buen jurado en ese entonces. Un día leo en la prensa que la participación en el concurso llegaba a la cifra de 99 escritores y me dije que en mi país había más dramaturgos que en China, cosa que me hizo pensar que iba a ser algo reñido y que fuera lo que se le ocurriera a Dios y ya. Pero sucedió algo imprevisto y es que conocidos mios en La Habana, comenzaron a enviarme telegramas asegurándome que mi obra iba a ser la premiada, yo estaba en jaque y ya con un pasaje para pasar mis vacaciones en en Hotel Saint John's.

Llegué un domingo a las tres de la tarde, llamé a Virgilio y salí disparado para su casa y abriéndome la puerta me soltó que yo era el premio, que Luis Felipe Bernaza le había dicho en casa de Olga Andreu que Humerto Solás se lo había afirmado, y yo con los ojos desorbitados le solté que no sabía nada y que si estaba en La Habana era de vacaciones y yo no había recibido ninguna noticia. Pues la premiación es mañana a las cinco en la casa teatro y llamó a Estorino, y yo brincando en un solo pié porque Estorino le dijo lo mismo de que era yo. Y me fui y me emborraché en el Pico Blanco y canté junto a José Antonio Méndez: La Gloria eres tú, Novia mía y todo lo que me ocurrió y como era de esperar cuando estaba en La Habana, el teléfono me anunció que comenzaba una mañana más con Virgilio y su café y aquellas cajetillas sin etiqueta. Yo estaba mal, pésimamente mal porque ya tenía la certeza de que lo del premio se había jodido y Virgilio pensaba lo mismo. La premiación era esa tarde y yo no tenía ningún indicio de mi triunfo y me pasé el día bebiendo por toda La Habana terminando en La Bodeguita del Medio, junto a unos holandeses capitaneados por una tal Crecía.

El martes por la mañana, al Virgilio abrirme la puerta me espetó: te quitaron el premio. Yo lo sabía, pero al tener la certeza, me derrumbé y esa misma mañana llamé a Teatro Estudio y me entrevisté con Raquel Revuelta, que me confesó que ella había dicho a Solás que el grupo podía asumir dos obras. Yo no lograba controlar el llanto y mucho menos, porque Virgilio me dijo que Estorino le confesó, que en el acta del jurado  se extendía más hablando sobre mi obra, que sobre la premiada. Raquel fue una gran señora y me dijo que no entendía lo que había pasado, que ella confiaba ciegamente en Solás y que este le había comentado en ocasiones la calidad de mi obra. Horas después al percatarme de que no había preguntado por el premiado, llamé al teatro y este señor estaba allí y lo felicité. Creo que terminé de llorar en el Scherezada. Yo no se perder. Regresé a Camagüey y a los pocos meses, alguien, un viejo amigo, se me acercó en la Avenida de la Libertad, y me dijo en voz baja que el premio me lo habían mandado a quitar. Eso me dejo raro y seguí. Lo que me sorprendió fue lo de años más tarde, ya había dejado de beber alcohol y estaba en una recepción, me llaman de lejos y al momento se acerca otro amigo y me lleva con una persona que me quería conocer. Estaba al tanto de todo lo que había  sucedido, pero no solo eso, sino que había leído la obra y la recordaba y me reiteró que las autoridades provinciales, tanto políticas como culturales, habían decidido que yo no merecía ese premio, que no podía ser porque no era confiable, era alcohólico e irreverente. No era mentira, no, quizá haya sido aún mucho más, pero, ¿y la obra? ¿Qué tenía que ver la obra, su calidad, su teatralidad con mi vida desastroza? ¿Qué me diferenciaba de tantos y tantos escritores?. Yo no perdí el concurso, claro que no, lo perdió el Teatro Cubano y eso es lo que lamento.

sábado, 29 de julio de 2017

Fefa

Foto: Biblioteca Provincial "Julio Antonio Mella", antes Liceo de Camagüey

Josefa Gómez trabaja en la Sala de Literatura de la Biblioteca recién inaugurada. Yo soy el socio número 20 y voy todos los días y de repente, como quien no quiere las cosas. Fefa y yo intimamos y se convierte en mi consejera literaria. Yo tengo 15 años y he leído a muchos autores, pero Fefa, cautelosa,me va prestando libros, poco a poco y así leo por países, norteamericanos, rusos, españoles, latinoamericanos, franceses, en fin que andaba con la cabeza llena de letras, a punto de entrar a estudiar pintura, casi al enamorarme del ser más perfecto de Camagüey, y era feliz. Había logrado desprenderme de un grupo que no me gustaba y solo por aquí, por allá, entrando y saliendo de algunas tiendas que aún se parecían a lo que fueron pero sin serlo y  era feliz y, como siempre, como aun lo hago, cantando cientos de canciones, y era feliz, digo yo, porque para nada me molestaba la soledad y, como ahora, tenía una facilidad para hacer empatía con cualquiera, ancianos, barrenderos, gente común que son las que más me han rodeado.

Pero Fefa no era ni por asomo, una mujer común sino todo lo contrario, adivinaba tu estado de ánimo y entraba al almacén y salía con algo sorprendente, diciendo, esto te va a encantar, y pégale el cuño, que te encantaba y luego lo comentaba contigo como si tu fueras todo un literato. Lo que más me gustaba de ella era su sencillez y lo que más me sorprendía era una alergia que le provocaba una andanada de estornudos mas veloces que los segundos.

Fefa se murió un domingo. Murió como vivió, apacible y sin ostentaciones. Voy a resaltar lo que para mi era su gran distinción, su habilidad para leer entre líneas. La que yo considero mi obra más importante: Las Hijas de Lux Vazquez, escrita entre 1976 y 1977, la única obra que pienso se ha escrito en Cuba sobre nuestras guerras libertarias y es una exaltación a  nuestra nacionalidad y a nuestra libertad, tiene un parlamento, que la única persona de todos los que la leyeron, que supo mi verdadera intención al escribirlo, fue Josefa Gomez y me lo dijo y me felicitó. " Has dicho algo osado, pero tan bien dicho que es imperceptible, un buen texto." Y lo más importante, me anunció la presencia de quien sería mi mejor amigo y así fue, el más amado, el Carlos de los sesenta del siglo pasado, el que aún vive en mi corazón y que morirá conmigo como el otro amor, el tipo más perfecto de Camagüey, el que nunca logré apresar con estas envejecidas manos.

martes, 25 de julio de 2017

Domingos


…Me sucede exactamente igual, pero lo que me resulta angustioso es el mediodía  las horas que van de las doce o la una hasta las cinco.
Casi todos los domingos nos íbamos a pasear, menos el que papi me halaba por los moños y yo iba pataleteando,  y que a mi no me gusta "Los Cocos de Durán" y mi padre me metía a empellones en un carro de alquiler  y antes de media hora, no eran ni las siete si acaso, llegábamos al mismo ritual de contar vacas, novillas, toretas, añojos y terneros. Papi repetía lo mismo: ¿Y pa quien es to eso, cabrón? y yo: pa mi. Claro pa que no pase trabajo como yo y estudie una carrera, médico, sí, eso.
Volvíamos a media tarde casi siempre con el mismo chofer Carmenates. ¿Ya vio? Todo es suyo.
Un día mi padre llegó del trabajo a almorzar y venía sollozando. Todo lo perdió y la vida cambió y los Domingos jamás fueron iguales, a no ser los mediodías, algo de lo que no es posible sentir nostalgia.

lunes, 17 de julio de 2017

Adiós, que triste fue el adiós

Carlos Victoria. Foto de Eva M. Vergara. Revista Conexos

Qué tú dices, mima. Que ojalá les vaya bien, ustedes tienen, mimo, un animal rabioso entre las piernas y eso no es bueno porque lo llevan a donde quiera que vayan. Un animal rabioso, mima, pero lo tenemos en la misma sangre.

El tiempo no era como el de ahora, que va, al menos en la casa vieja había fresco, claro, la casa vieja tenía el techo de tejas criollas y el puntal alto, una casa construida en 1925 y terminada en los primeros días de 1926. Tenía una cocina abierta al mundo, al sol, al cielo ya las campanas de todas las iglesias de Camagüey. El llamado a misa de las campanas entraba por la cocina y uno sentía que la ciudad vivía, que bullía en un sonido que no era prolongado, en los días silencio, que los había, días de esos de cielo plomizo si aguzabas el oído, se escuchaban las campanas de la Iglesia de La Caridad,  y había quien decía que oía las de San José, casi llegando a la plaza  de Méndez.

Las ciudades cambian, los habitantes también, todos cambiamos cada día porque el pensamiento que teníamos ayer sobre algo, hoy es diferente. Todo se mueve, imperceptiblemente, sin que lo sientas, hasta el ritmo de tu corazón y el dolor del alma, el mal dolor, se transforma. El dolor que dejó en mi la partida de mis más queridos amigos ha ido cambiando a lo largo de los años y también el cariño se ha transformado en unas raras evocaciones de un pasaje cualquiera, en el Bosque, en La Feria, en alguna Fonoteca o un parque. A veces ellos forman un conjunto irreal enmarcado en un paisaje real, un ámbito al cual puedes ir ahora mismo. Ya por una canción, especialmente, se vuelve contra ti un 31 de Diciembre, cualquiera de los setenta. Se ha dado en llamar a un quinquenio de los setenta, gris, pero para nosotros, pesar de presidios injustos y decisiones fatales, al menos para mí, los setenta brillan como años de oro, nuestros años felices. De mis amigos con el que tenía un código de humor que no fallaba era con Carlos. Supongo que poco a poco, desde el inicio de la amistad más hermosa y sólida que he conocido, fui haciéndolo reír con mis locuras, improvisaciones, anuncios y un sartal de cosas que, sin más allá ni más acá, lo sorprendía hasta la carcajada. Catorce años después del 1980, al encontrarnos, se había perdido la espontaneidad de nuestra relación. Había cambiado, inevitablemente mucho más serio y mucho más amargado. Ya en ese momento, septiembre del 94, se había establecido el ritual de las llamadas todos los primeros martes de mes a las seis de la tarde. Sucedió hasta cuatro meses antes de su muerte. A los pocos días le fue diagnosticada la enfermedad que lo llevó al suicidio y yo sabía. Desde antes de Junio que algo le pasaba pero él lo negaba. Sólo sé que sufrió dolores terribles gracias a que no permitió que se le hiciera el procedimiento quirúrgico habitual en su caso y debe haberlo pasado pésimo. Yo no pude ni siquiera llamarlo, yo estaba bloqueado, raro, casi indiferente al suceso, negándolo hasta su muerte como si con mi falsa incredulidad yo evitara que una de mis personas más amadas  rabiara y no tuviera siquiera compasión de sí mismo. 
Uno no conoce totalmente ni siquiera a sus padres o a sus hijos, a su familia. Esa sentencia de ¨yo sí que lo conozco, a mí no me puede engañar´´ es totalmente falsa. Alguien se te puede revelar súbitamente como el reverso de lo que pensabas conocer y creo que eso me sucedió con Carlos. El ser que murió el 12 de Octubre de 2007 era alguien que rezumaba todo el dolor y la angustia de 57 años que ni siquiera los privilegios que le proporcionó el destierro, si es que el destierro en realidad puede darnos privilegios,  pudieron amainar. Todo lo que sé de Carlos es por lo que me contó ya en Cuba, ya desde el exilio, y si de alguien no puedo fabular es de él. La pasó como tantos, como yo mismo, arrastrando la cruz que le toco como yo arrastro la mía hacia un Gólgota, me atrevería a decir que miserable, sin nadie al lado.


Porqué dices eso, mima. Lo sé mijo, yo he conocido a muchas personas pero a alguien con una tristeza tan grande el rostro, mijo, solamente a él. Ya descansó. Es lo mejor que le pudo pasar, si, llora, mijo, muchas veces he creído que lo querías más que a mí. No sé, mima, ahora no sé, ahora…ya no se ni a quien quiero y mucho menos lo que quiero. Lo sé mimo. Mima, las campanas, y esto no es locura, todas las campanas de Camagüey suenan tristes, como si lloraran. Y lloran, mijo, claro que lloran.