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sábado, 17 de marzo de 2018

La Candelaria (1)


La señora Candelaria, Princesa del Camagüey, va bajando por Cisneros para que la puedan ver. Envuelta en aires dorados, llega al fin a Matadero y de esa calle, una conga,  rompe el precioso silencio, la señora sin pensarlo mueve los hombros y el pelo, mientras baila cadenciosa el baile más bullanguero, y ángeles que la acompañan danzan con paso ligero, arrollando sonrientes con esa eterna sonrisa de hermosos adolescentes que suben Independencia a ver quien llega primero. De calles y callejones vienen nuevas melodías que se suman a la conga formando un canto tan bello y que nadie conocía:

"Flores, flores, ya está aquí La Candelaria, llenando todo de flores"

Por todas partes hay fiesta, porque en todas partes está, esta Niña Candelaria que no deja de fiestar con la sonrisa más bella que ha visto nuestra ciudad, danza por los arrabales, danza por las Avenidas y en repartos y callejas y plazas desconocidas. Nunca fiesta más hermosa Camagüey ha presenciado, porque todo un pueblo alegre, calles, gentes y edificios, sin faltar uno ha gozado.Y así al declinar la tarde y al brillar de las estrellas, la voz de la Virgen bella se oyó en cualquier corazón:

"Camagüey, ciudad divina, tierra de prodigación, donde la miel se suaviza en los frutos a sazón y las sabanas se pierden en horizontes de sol. Tierra de mil manantiales todos llenos de frescor, tierra por Dios bendecida, tierra amada del buen Dios, benditos sean tus paisajes, bendito tu corazón"

Todo se fue silenciando al hablar el corazón, el corazón de la eterna Candelaria con su voz, y hubo una lluvia de estrellas, cosa que a nadie asombró, pues un día de tanto asombro, con otro asombro acabó: Camagüey como un angelito, bostezó suave y durmió.

jueves, 1 de marzo de 2018

Matancita

Carretera Camagüey-Nuevitas que pasa frente a Kilo 7

Yo me dije, se están matando en la 5, pero lo dije así, como yo decía las cosas en el verano del 76, que las decía como en un letargo con aquel calor y aquella ropa infernal y otra vez oí como que arrastraban literas y las voces subiendo de tono y era eso, una bronca de madre en la 5 y yo solo en la oficina. La tierra del patio inmenso del presidio es roja, la sangre lo es más: no hay rojo como el de la sangre. No. En esos días yo viví en un mundo de sangre, con ese olor imposible de describir porque no es ni siquiera el frío olor de la muerte, aunque allí, en uno de los mas peligrosos presidios del país, siempre se respiraba el olor de la muerte como se respiraba el olor del deseo, denso y excitante, húmedo como el sudor que corría por las espaldas, por los muslos, embriagante como el mas sutil de los perfume: el caliente aroma del otro.

Kilo 7 es como se conoce al penal que se encuentra en el kilómetro 7 de la carretera que va a Nuevitas y en el mismo existe el penal exterior y el interior, unidos por el llamado túnel que está precisamente al lado de la oficina. Por ese sitio salen y entran los reclusos: al amanecer cuando salen  a trabajar en la planta de prefabricado en el exterior penal y regresan por la tarde, saliendo desnudos del túnel, hombres desnudos con ojos desnudos mirando a otros hombres desnudos. La pelea iba creciendo, saliendo las voces exaltadas mas allá de las garitas desde las que se vigilaba el penal completo desde lo alto. La pelea estaba en su apogeo cuando llego Manso, un combatiente que era el encargado de llevar a los presos a juicios en los Tribunales Populares (esto merece capítulo aparte) que se encontraban en la ciudad. Al oír lo que pasaba, Manso palideció y me dijo que los dos reclusos que tenía que llevarse eran de la 5 y que cabrona casualidad, le dije, porque ahí se están matando y me ordenó, ven, pa que abras la galera, y me cage en su generación.

La 5 está en alto, es lo que recuerdo, porque el combatiente me dio las llaves y temblaba mas que yo y cuando abrí sólo vi un un círculo formado por hombres y literas y en el centro, dos morenos armados con unos cuchillos y los reconocí de mirar nada mas y, cuando me iba a decir sus nombres, Fortún  desde abajo le dio un tajo a Matancita que, se miró con los ojos desorbitados como brotó el chorro de sangre haciendo un semicírculo en el aire, silenciando a todos los que veían como Matancita trataba de agarrarse las tripas que le salían y como cayó sin decir nada, mientras  otros aguantaban a Fortún  para que no lo rematara. Todo se volvió tan confuso que no se qué paso primero si Fortún diciéndome mientras le levantaba el acta "lo mato y lo mato otra vez " o yo mirando por una de las ventanas como cuatro hombres casi corriendo, llevaban el cuerpo de una persona a la que yo detestaba por grosero, alardoso y repulsivo. Ahora pienso , después de cuarenta y dos años, que hasta me pareció bien que Fortún lo matara y lo matara otra vez porque finalmente, yo no era una persona, se que era un número y los números carecen de sentimientos, yo era el 1864. El recluso 1864.Nada.