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domingo, 30 de marzo de 2014

Love Story


A principios de 1963 yo decidí que quería ser un pintor, o sea, que iba a  comenzar a pintar porque ese sería mi futuro. Sería uno de los pintores más famosos del mundo y a mi lado, Pablo Picasso o Leonardo da Vinci no significarían nada en la historia de las artes plásticas. En ese entonces aún quedaban en las llamadas librerías, algunos materiales de pintura y fui, con un dinero que salió no sé de donde, a comprar papel ingres, temperas, acuarelas, pinceles, en fin una excelente compra en el ya menguado comercio camagüeyano y me hice de un surtido notable de enseres y procedí a comenzar a dibujar sin ton ni son, sin ningún tipo de orientación ni nada ni nadie que me guiara. Aún no había cumplido los dieciséis años. Se puede decir que era la primavera de 1963. La librería La Cultural se encuentra, aún hoy día en la Calle General Gómez entre Apodaca y República a un costado de la tienda El Encanto y allí fue donde compré los materiales, luego salí a Maceo y buscando la plaza de la Soledad, atravesé una cuadra de Estrada Palma hasta la esquina de Avellaneda donde estaba una de las tantas paradas de la ruta 22, guagua que me dejaría en la esquina de mi casa en Bembeta y San Clemente. 
Yo estaba con ambas manos ocupadas con tantas cosas que había comprado y me encontraba mirando hacia el final de Estrada Palma a ver si aparecía la guagua cuando veo doblar a un muchacho por San Fernando  en bicicleta y detenerse  poniendo un pie en el contén de la acera exactamente delante de mi. Nos miramos a los ojos y eso fue suficiente para que el corazón, como se dice, me diera un vuelco en el pecho y me quedara absolutamente aterrado por aquella mirada que, sabía, iba a marcar mi vida para siempre. Cambiaron la luz del semáforo y el siguió camino de no se que sitio de la ciudad, en que calle se escondería, que sábana lo taparía o si ya tenía una novia que lo complacía en todas sus demandas de los quince años. El y yo teníamos, en aquel entonces la misma edad ya no la tenemos, porque como tantos otros, murió lejos de Camagüey, en un sitio de Centro América  y lejos de mi, como siempre estuvo.
Comenzó aquella tarde la historia de amor más increíble de mi vida. Yo vivía en un sobresalto. Por razones que el destino te pone delante y por una serie de pesquisas que hice, llegué a conocer todo de su vida. Su dirección, su teléfono, quienes integraban su familia que, finalmente, abandonaron el país, uno a uno, y así me fui adentrando en llamadas telefónicas que eran atendidas pero no respondidas, cartas interminables enviadas a su casa  y encuentros, casi a diario porque, tácitamente, nos poníamos de acuerdo y estoy seguro que nos esperábamos por los mismos lugares y a la misma hora. Y yo siempre con el corazón acelerado, con arritmias y sobresaltos con miedo y deseo de morirme mirándolo a los ojos y que el me diera el postrer abrazo mientras yo balbuceaba, casi inerte: eres mi vida y mi muerte y sanseacabó.
Me pregunto si al cabo de cincuenta años yo puedo revivir cada uno de los instantes de aquellos encuentros, incluso en muchos casos hasta la ropa que el llevaba puesta; me pregunto cómo es posible que débilmente me lata el corazón y sienta unos enormes deseos de llorar que, a veces, son imposibles de contener; me pregunto, porque aún no lo sé, si ese es el verdadero amor y si es posible vivirlo intensamente, sin ni el menor roce y lo que es peor aún, sin cruzar apenas palabras porque solo hablamos, muy poco, una vez que un amigo común concertó una cita después de cinco largos años de monótonos encuentros y al tenerlo delante de mi no supe que decir ni que hacer porque el terror me invadió y me imposibilitó la mas mínima comunicación: me había acostumbrado al amor inventado, fantaseado por mi y creo que el no era mas que el instrumento físico, posiblemente  palpable de mi imaginación. Es seguro que ya, desde mucho antes comenzaba a presentar los problemas emocionales que me han llevado a visitar a innumerables terapeutas y ha convertirme en una persona dependiente de sicólogos y siquiatras y de tantas otras cosas más. Pero en este momento, pienso como hubiera sido mi vida con una persona a la que amaba con aquella intensidad, o creía amar que para el caso es lo mismo. Creo que estaba marcado por el signo de la fatalidad que tanto me ha acompañado en innumerables ocasiones a lo largo de mi vida, una vida en la que he tenido momentos de  disfrute en muy  pocas ocasiones, porque ha sido árida, triste y llena de una soledad que, ni siquiera los muchos amigos que he tenido a lo largo de ella, han podido llenar. Los hijos únicos somos personas que, fatalmente en nuestra primera infancia nos convertimos en seres solitarios y eso nos acompaña para el resto de nuestras vidas, haciéndonos sentir siempre que nos falta algo y de hecho nos falta el otro, el hermano.
Esta es una historia que he tenido que contar de manera muy simple porque adentrarme en los pormenores podría ser aburrido y no despertar interés. Porque lo que más llama la atención de manera notable es que, a pesar del paso de los años, una historia no muera, quiere decir que desaparezca de mi vida sin dejar rastro sino que de vez en cuando vuelva con una claridad increíble, solamente como una escena de un filme que hemos repetido miles de veces sentados en la luneta en la oscura sala de un cinematógrafo. Dije que este hombre murió en el extranjero sabrá Dios si añorando la casa de su  infancia, la ciudad en la que transcurrió gran parte de su vida. Alguien que vino a vernos desde el exilio, una persona muy allegada me dijo de manera lapidaria  la siguiente frase: yo no pertenezco a ninguna parte, no soy de allá pero tampoco me siento de aquí y ahora se me ocurre que este muchacho que conocí a los quince años puede ser que pensara también de esa manera y que muchos amaneceres en una capital de Centroamérica se preguntara algo similar: ¿De donde soy? ¿Qué hago aquí? Y quizás, quien sabe recordara mi cara de asombro cada vez que, cuando adolescentes, nos cruzábamos en la calle Maceo o en la calle Independencia, o por ahí en alguno de los parques o por un callejón o  una avenida que, imperturbables, sintiendo como el tiempo la destruye y quizás  esperando paciente una restauración que posiblemente suceda cuando ya no haya remedio. ¿Qué será la ciudad en la mente de alguien que vive lejos de ella, que será Camagüey o que sería en los recuerdos de este adolescente eterno que guardo en mi memoria y que quizás la tuvo presente hasta la hora de su muerte? ¿Qué será una ciudad que agoniza en si misma y que espera también por un amor, como premio a  su tenacidad y perseverancia y algo mas, a su paciencia en el tiempo? ¿Camagüey también ha tenido su amor imposible y lo ha atesorado durante sus quinientos años de vida como un recuerdo palpable y casi vivo? Es posible porque las ciudades, aunque maltrechas en algunas ocasiones, tienen su propia existencia floreciente y decadente.
Cuando me enteré de que este primer amor había muerto sentí una nostalgia por todo lo que no sucedió. Es posible que como una ráfaga viniera a mi memoria la más disímil cantidad de imágenes inconexas, alternadas en aquel tiempo, una  y otra vez como la pesadilla de un fantasma. Eso es lo que a veces creo que soy mi fantasma que vaga en una ciudad fantasma, la ciudad que vio nacer a esta persona que, evidentemente, aun añoro y creo que solo un fantasma puede añorar a otro fantasma porque de lo contrario, todo sería un disparate.
¿Qué racha de mala suerte marcó mi corazón adolescente con hierro candente donde dos letras se entrelazaban como si mi corazón fuese la piel de un animal al que su dueño marcara con señal de posesión? ¿Por qué sigo pendiente de esa historia que a veces recurre a mi memoria con una vitalidad tan grande que mi pulso se disloca y hasta el aire me falta? ¿Por qué no pude jamás tocar aquel cuerpo o tener un  momento de intimidad con alguien a quien necesitaba tanto como un agua salvadora? ¿Por qué ahora escribo esto con este tono anónimo donde ni siquiera puedo poner el nombre de esta persona porque sigo teniendo el mismo temor de perjudicarlo que tuve cuando lo conocí y que estoy seguro fue lo que hizo que no llegáramos a ninguna parte y nos convirtiéramos, cada uno por su lado, en sombras alejadas de otras sombras y quizás viviendo en ciudades de sombras aparentemente olvidados de nosotros mismos?

Foto: Calle República y Gral Gómez. Camagüey

sábado, 8 de marzo de 2014

320867


Yo no sospeché, aquella mañana de enero de 1979 que esa sería la última vez que hablaría con Virgilio Piñera en su apartamento de 27 y N en el Vedado, un sitio casi cerrado herméticamente y en el cual Virgilio se movía como una mansa fiera en su cubil. Estaba fracasado, caído de brazos, lleno de angustia, y no es que tuviera problemas económicos, ya que recién había recibido un cheque procedente de una afamada editorial italiana que había publicado de nuevo sus Cuentos Fríos. Yo estaba sentado en uno de los balances y Virgilio no cesaba de hablar sobre algo que lo tenía muy atormentado en ese momento: el hecho de no publicar en su país. Ya habían pasado casi diez años de su última publicación, el teatro Dos Viejos Pánicos, premio Casa de las Américas 1968 y, desde ese entonces, el silencio había caído sobre él como una losa de granito, como una especie de sepultura bajo la cual se asfixiaba y temblaba de terror. No se por qué, a cada rato cuando pienso en él, pienso en los lamentables actos de repudio de 1980, uno de los episodios más lamentables de la  historia de la nación cubana donde los cubanos humillaron, apedrearon, insultaron a los cubanos que decidían irse por el puente marítimo del Mariel, una inusitada fuga casi impensada por la que pasaron mas de ciento veinte mil cubanos en menos de dos meses  y que, de haber continuado, la cifra seria imposible de cuantificar. Un momento de nuestra historia que no debemos olvidar nunca. No sé, pero supongo que, de haber decidido salir de Cuba por esa vía, el apartamento de 27 y N en el corazón del Vedado, casi en plena Rampa Habanera hubiera sido bombardeado con huevos y todo tipo de objetos que se pudieran lanzar y Virgilio temblando de pies  a cabeza, encerrado como un preso, sentiría los insultos de que se vaya la escoria y fuera los maricones traidores y cuanta cosa se le ocurriera a alguien que, el día anterior, estaba compartiendo tu casa y tu mesa. Vecinos, compañeros de aula, subalternos y jefes, alguien que se decía tu amigo, era conducido a la casa del que faltaba era la sangre para hacerla mas pintoresca. La nación se estigmatizo y así está.

Pero ahora quiero hablar del hombre que casi me inició en el laberinto de las letras y que me dio un apoyo incondicional todo el tiempo y sin pedir nada a cambio. Virgilio era temido por su lengua considerada bífida y viperina por muchos de sus amigos y por todos sus enemigos. Era una persona difícil que hoy por cualquier cosa podía pelearse contigo a muerte y ponerse a rajar de ti con todo el mundo. Solo y cansado andaba de un lado para otro de su sala y me repetía lo mismo. Yo insistí en dos ocasiones sobre si el consideraba que sus obras tenían problemas por hacer referencia a algo indebido o si hablaba mal de esto o de aquello y me aseguraba que no.
Le dije que hablara con alguien en la UNEAC que fuera responsable de literatura y me dijo que era Eliseo Diego y le insistí que fuera a verlo, que le llevara sus manuscritos y no se si lo hizo o no, porque en aquel entonces yo andaba un poco dislocado metido en discotecas provincianas y no tuve un gesto de acercamiento con alguien que se había comportado de manera tan altruista conmigo, o sea, que no se me ocurrió marcar a la operadora y pedir una comunicación a la Habana con el 320867 y hablar con él y resulta que tampoco fui ese año de vacaciones de verano a algún hotel del Vedado a los que teníamos acceso todavía en aquel entonces, y que jamás el dolor de Virgilio se me borro de la mente, pero por descuido, por indolencia, por lo que fuera no supe de él hasta que una mañana de octubre , trabajando en uno de los tantos folletines que me han dado el pan diario desde 1969, Carlín Galán apareció en el umbral de mi puerta, lloroso y muy nervioso a darme la noticia de que Virgilio, en ese momento, estaba de cuerpo presente en la funeraria de Calzada y K y yo también me eché a llorar  y pensé que jamás le agradecí todo lo que hizo por mi, que no fui capaz de nada, y por esos vericuetos de la mente, pensé en el número telefónico de su  apartamento que no timbraría jamás y que sería sometido al silencio en el que ya se encontraba su dueño y que mucho antes de ese día de su muerte estaba sumido en el terrible soliloquio de la soledad. ¿Por qué …. ? ¿Por qué ……. ? ¿Por qué?