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lunes, 2 de octubre de 2017

Homenaje a Pablo Verbitsky


Ayer recibí un correo de Pablo, un correo que desbordaba una enorme alegría, un correo exultante donde me anunciaba el nacimiento de Eva,  una nieta más, pero  Pablo se siente muy feliz de ser un patriarca, justamente en la tierra de los patriarcas, o sea, Israel. No se de cuál de las doce tribus descenderá y no creo que importe mucho. El hecho es que este ser humano ha sido un tipo muy cosmopolita. Nacido en Argentina, descendiente de judíos rusos, estuvo por México , luego Italia y en un momento de su vida y deslumbrado por las voces entusiasmadas de los cubanos y su gobierno, se dejó caer en Camagüey, esta ciudad que le abrió los brazos y le dio todo el afecto que sabe dar cuando le da la gana, porque es una ciudad antojadiza y en ocasiones, como todas las ciudades muy importantes, voluble y hasta hipocritona. El caso es que Pablo se establece en Camagüey y por sus conocimientos de Teatro pasa a ser director del primer Conjunto Dramático de Camagüey y en esos años sesenta del pasado siglo dirige diferentes obras de teatro, especialmente latinoamericanas con éxito de público siempre. El Conjunto llegó a tener renombre nacional y todos los años hacia temporada de un mes en la sala de teatro más prestigiosa del país: la Hubert de Blanck en La Habana. La década del sesenta fue para mi una sucesión de horrores y bondades que no puedo explicar; lo mismo andaba por las nubes que me arrastraban al cieno para luego alabarme y al instante estrellarme hacia el polvo. Era para volverse loco y más, pero yo andaba por los diez y tanto y casi tomaba con indiferencia el aborrecimiento de los mediocres dirigentes de la cultura en mi ciudad, que de cultura sabían lo que yo de billar que jamás he cogido un taco en la mano.
Pues, en una de esas rachas de crueldades y odio que padecí, un mediodía en la Pizzería La Piazza estaba Pablo con su esposa, la actriz Elvira Cruz, buena actriz, con una de las voces mas bellas que han subido a las tablas nacionales, y Pablo se me acercó y me dijo que el quería que escribiera una obra para él y ya en ese momento, con los olores de las salsas y el bullicio circundantes sentí por él, el mismo cariño fraternal que siento ahora, cincuenta años después. Se me ocurre El Cuadrilátero, un enfrentamiento de ideas sociales y  políticas de personajes de antes de la revolución y de aquel presente de los sesenta. Silvio hizo la musica, Daniel Grajales la escenografía, para mi muy impresionante y lo que más disfruté en aquel tiempo fue el entusiasmo de Pablo dirigiendo mi texto. Ahora pienso lo mismo que medio siglo atrás y es que Pablo amaba lo que hacía y escuchaba y preguntaba a todo el mundo y era receptivo a la crítica, naturalmente después de la consabida perreta argentina. La crítica destrozó el texto. Yo entré a un terreno resbaladizo y prohibido: el cuestionamiento. Pecado mortal, pero Pablo no hizo mucho caso de aquello y me dijo que quería montar seguidamente Dos Viejos Pánicos de Virgilio Piñera y que yo fuera escribiendo otra obra. Siempre fue un soñador y, claro, un romántico. Sé, que a estas alturas es como no saber, que hubiéramos hecho buenas cosas, pero, agazapado en una de las esquinas estaba el mal y, como era de esperar, ganó la batalla, y si no fuimos tildados de diversionistas ideológicos, es me parece, porque ese término no estaba en uso por aquellos años.
El Conjunto Dramático se desmembró y, como todas las cosas valiosas, pasó un tiempo a "la memoria y el olvido". Luego Pablo comenzó a trabajar en la radio nacional donde hizo muchos programas y no hace tanto, ya estando en su estado que no sé como decirlo, digamos que "de aquí pa' yá", se le otorgó el Premio Nacional de Radio, pero este hombre no es gente de esa que se envanezca por esto o lo otro. Como dije al principio donde está a sus anchas es donde están sus hijos y su esposa Marylin Manero quien lo ha tolerado con su carácter envidiable por más de cuarenta años, y a quien conocí cuando estaba preñada de su primer hijo que ahora le ha dado una nieta en tierras judías.

Pablo no es perfecto ni el mejor hombre del mundo. Nadie lo es, pero entre los honores que me ha dado la vida, Pablo Verbitsky, es uno de los verdaderamente valiosos y por eso me alegra que esta persona, este argentino, cubano, por demás camagüeyano y además hebreo, esté con los suyos en la tierra de sus antepasados, esperando, como un Jacob del siglo veintiuno, tras haber batallado con el ángel que llevamos todos en el alma, subir las escaleras de luz, como un buen sujeto más.

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