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lunes, 14 de agosto de 2017

Los jueves

Foto: Farmacia en la calle Cisneros esquina a Cristo. Camagüey.

Los jueves son los días de medicamentos, quiero decir que son los días en que los sacan a la venta. Desde la madrugada se va formando una cola, principalmente de ancianos a esperar que abran la farmacia a las ocho. Son personas víctimas de dolores y de cientos de malestares y todas las ventajas que trae consigo la vejez que son innombrables, una de las cuales consiste en un ejercicio  mental, donde todos nos vamos dando un poco más de tiempo para no montarnos en la balsa de Caronte que navega airosa por las aguas infectas del Tinima y el Hatibonico, donde si no te mata la muerte, te matan las clarias, pez de origen, para mi desconocido, comestible y que, a su vez, se come lo que sea.

En estos días fui un jueves a la farmacia donde puedo comprar con mi tarjetón -que no lo voy a explicar ahora-, y no había los medicamentos, traté de sedarme y salí. Desde la esquina me llama alguien mucho mayor, jorobado, un bastón en una mano y en la otra una jaba y me pide que lo ayude a cruzar Bembeta para seguir Martí arriba. Lo hago y comienzo a hablar con él: lo reconocí a pesar de lo viejito que está y le digo que se ha pasado la vida vendiendo cosas, y él, que cómo yo lo sé y le digo que lo recuerdo dentro de los cines, con un cajón colgado del cuello, hace más de sesenta años, además, que era compañero de barras y traganíqueles de mi tío y cuando le digo el nombre me aprieta el brazo y me dice: ¿Lastre? Personas como el ya no hay. En la jaba lleva cajas de fósforos para venderlas por allá arriba. No le pregunté el nombre pero si la edad: 93 años. Por la calle Martí, pesada Bedoya van 93 años de una vida que no es vida. No gano mucho, pero algo es algo, me dijo en la despedida. Algo es algo, sí, la muerte también es algo. Y su voz baja por los pasillos de los cines, chicles, caramelos, dulces finos y cigarros de todo tipo,  en la pantalla Kim Novak, destacaba su rubia belleza en un fondo rojo. Es una escena de Vértigo que no he olvidado como no olvido el suave ofrecimiento, el susurro de sus golosinas. Alabado sea. Alabada su angustiosa tenacidad. Alabada su fortaleza. Ojalá ese día hubiera vendido todos los fósforos y se comprara una libra de carne de puerco de 25 pesos.

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