Foto: Farmacia en la calle Cisneros esquina a Cristo. Camagüey.
Los
jueves son los días de medicamentos, quiero decir que son los días en que los
sacan a la venta. Desde la madrugada se va formando una cola, principalmente de
ancianos a esperar que abran la farmacia a las ocho. Son personas víctimas de
dolores y de cientos de malestares y todas las ventajas que trae consigo la
vejez que son innombrables, una de las cuales consiste en un ejercicio mental, donde todos nos vamos dando un poco
más de tiempo para no montarnos en la balsa de Caronte que navega airosa por
las aguas infectas del Tinima y el Hatibonico, donde si no te mata la muerte,
te matan las clarias, pez de origen, para mi desconocido, comestible y que, a
su vez, se come lo que sea.
En
estos días fui un jueves a la farmacia donde puedo comprar con mi tarjetón -que
no lo voy a explicar ahora-, y no había los medicamentos, traté de sedarme y
salí. Desde la esquina me llama alguien mucho mayor, jorobado, un bastón en una
mano y en la otra una jaba y me pide que lo ayude a cruzar Bembeta para seguir
Martí arriba. Lo hago y comienzo a hablar con él: lo reconocí a pesar de lo
viejito que está y le digo que se ha pasado la vida vendiendo cosas, y él, que
cómo yo lo sé y le digo que lo recuerdo dentro de los cines, con un cajón
colgado del cuello, hace más de sesenta años, además, que era compañero de
barras y traganíqueles de mi tío y cuando le digo el nombre me aprieta el brazo
y me dice: ¿Lastre? Personas como el ya no hay. En la jaba lleva cajas de
fósforos para venderlas por allá arriba. No le pregunté el nombre pero si la
edad: 93 años. Por la calle Martí, pesada Bedoya van 93 años de una vida que no
es vida. No gano mucho, pero algo es algo, me dijo en la
despedida. Algo es algo, sí,
la muerte también es algo. Y su voz baja por los pasillos de los cines,
chicles, caramelos, dulces finos y cigarros de todo tipo, en la pantalla Kim Novak, destacaba su rubia
belleza en un fondo rojo. Es una escena de Vértigo que no he olvidado como no
olvido el suave ofrecimiento, el susurro de sus golosinas. Alabado sea. Alabada su angustiosa
tenacidad. Alabada su fortaleza. Ojalá ese día hubiera vendido todos los
fósforos y se comprara una libra de carne de puerco de 25 pesos.
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