Publicado en la revista SIC. Revista literaria y cultural. No. 42, abril, mayo, junio 2009. Santiago de Cuba
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sábado, 25 de enero de 2014
sábado, 18 de enero de 2014
La mañana
En la finca la Lucha el día comienza
a eso de las tres de la mañana. Al menos el despertador de mi tío suena
a esa hora y mi tía comienza a trajinar para hacer el café que hay que tomarse
antes de ir a ordeñar. Se van a esa hora a buscar el ganado, mi tío y Tí, un
empleado que duerme en la casa, en el cuartico que está al lado de la cocina.
Están ordeñando las casi cien vacas hasta las seis. A esa hora mi prima
comienza a sacar ropa para hacer el lavado diario y mi tía viene por la cocina
vieja, conmigo a su lado, a darle comida a las aves de corral que ya, por
instinto, se han concentrado más allá de la talanquera que da en el pedazo de
patio que queda entre la cocina de antes y el garaje. Mi tía lleva en una de
sus manos con una jaba inmensa de yarey cargada de maíz desgranado y seco y
apenas ella sale del lugar los animales se revuelven cloqueando y batiendo alas
en un remolinar que aturde y alegra los sentidos. Mi tía comienza a echarles el
maíz a puñados y ya puedes ver a un gallo negro con la cresta roja, montando a unas de las gallinas que se
afana picoteando como puede y donde puede aquel amasijo de guineos, pavos,
guanajos y gallinas, que sin exagerar pasan mucho más allá del ciento. Cuando
mi tía sacude la jaba dejando caer los últimos granos, los animales se
dispersan por el potrero de atrás y por ahí se van a hacer sus nidos y a poner
y si acaso, puedes encontrarlas por algún cacareo insistente, o al fin porque
la gallina regresa oronda con un montón de pollitos recién salidos del cascarón
apenas plumados.
Mi tía es una mujer bonita, se llama Mercedes. Mi tío se llama Enrique y mi
prima, la hija de ambos, se llama Elia y es un grato recuerdo en mi memoria. A
veces, la memoria es como un castigo porque puede despertarte cada cosas que
mejor ni hablarlas. Pero ahora, en esta mañana mi tía me mira con una
complicidad y me dice que qué hacemos de almuerzo, que que yo creo de un arroz
con guineo y yo a que sí y los animales están pelándose en el fogón de atrás
después de haberlos sumergido en agua hirviendo. Es un olor fuerte ese de la
pluma hervida y no me gusta, pero este olor es desplazado por el que luego
inundará la casa , un olor a comino tostado y los pequeños granos saltan en la
sartén como endemoniados, mientras mi tía pica los tomates, el ají, macera los dientes
de ajo y rodaja la cebolla y esparce sobre una tabla, montones de hojas de
cilantro, y ahora mismo todo aquello junto con las postas de los dos guineos se
sofríe en el caldero y hay un olor a regusto de mañana festiva mientras mi tía
introduce en la ceniza caliente de los dos fogones, cuatro plátanos pintones
para que se asen. Qué fiesta. A las once en punto, el almuerzo.
La mesa es muy grande, larga, como para doce comensales, pero hoy somos
nada más que la gente de la casa, que, como se dice, somos mi tío a la
cabecera, mi tía a un lado al lado de mi prima y al otro lado junto a Tí, el
peón que según dice mi tío, mientras me guiña un ojo, es mejor pagarle el
entierro que no el almuerzo, pero a Tí ni le va ni le viene y come con cuchara
las inmensas lomas de arroz que granea por el aire y hay como alegría y como
más hambre y mi tía pica fino aguacate y
platanitos manzanos y tostones y ensalada de pepinos y arroz, mucho arroz, para
que nadie se quede con hambre y lo que quede, mi tía se lo manda a Agustina la
lavandera por el aquello de que por la tarde no se come lo mismo que por la
mañana. Ah, y siempre hay por si alguien llega de improviso y no se vaya a
quedar sin almorzar, la criatura de Dios. Hoy hay manjares de postre y eso es
la delicia de la santísima virgen del cobre, un dulce que hace palidecer a Tí
que se relame de gusto nada más de ver y ya paladea la suavidad de la crema de
maíz con leche y canela cocinada como debe ser.
La Lucha, la finca de mis tíos, el lugar de paraíso de todas las vacaciones
de verano, un sitio donde no podía crecer un marabú ni por milagro y ahora,
según me cuentan todo está cubierto por esa plaga que ha llenado la mayor parte
del campo cubano. ¿Por qué no dejaron que mi tío siguiera cultivando en la
estancia y ordeñando las vacas? ¿Por qué no permitir que la abundancia de la
tierra terminara sobre la mesa de cualquier hombre o mujer que ganara su sustento
de manera honrada? ¿Qué pasó con todo aquello, con aquel colorido en el paisaje
y en la mesa, en los ojos y en el alma? ¿Qué se hicieron las mariposas que
todos los veranos inundaban en jardín de mi tía con geranios rojos y amarillos
y gladiolos y lirios del valle y hasta diez del día y unas florecitas que se
llamaban nomeolvides...? Yo tengo un montón de nomeolvides de La Lucha, del
jardín de la casa sembradas en mi corazón... Siempre estarán florecidas y hay
olor a mariposas blancas, la flor de Cuba, esa que no falta en ningún jardín,
algún día... ¿Se secará para siempre la flor que es símbolo de la patria...?
¿Será así? ¿No será así?
viernes, 17 de enero de 2014
domingo, 5 de enero de 2014
jueves, 2 de enero de 2014
Un escritor popular, pero...desconocido
Publicado en el periódico Trabajadores el 12 de julio de 2004
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